Cada vez dan menos ganas de ver un partido de fútbol, porque lo que le rodea no apetece. No es el momento de disputas políticas, económicas o raciales, sino de enseñar a los más jóvenes -y no tan jóvenes- el verdadero significado del deporte: juego limpio, pasión, educación y sobre todo respeto. Porque no nos engañemos, lo que en España pasa con el fútbol es muy difícil verlo en otros deportes.
No es raro que incluso los medios mediaticen (valga la redundancia) lo que el deporte actual pretende mostrar: una lucha de identidades. Pero no nos engañemos, que no es malo sentirse identificado con un club determinado. Lo que no es aceptable es que se busquen bregas a través de los partidos, las ruedas de prensa cada vez más polémicas o lo que hacen o dejan de hacer en sus vidas privadas los jugadores y demás integrantes de cada casa.
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No es raro que incluso los medios mediaticen (valga la redundancia) lo que el deporte actual pretende mostrar: una lucha de identidades. Pero no nos engañemos, que no es malo sentirse identificado con un club determinado. Lo que no es aceptable es que se busquen bregas a través de los partidos, las ruedas de prensa cada vez más polémicas o lo que hacen o dejan de hacer en sus vidas privadas los jugadores y demás integrantes de cada casa.
Que a ti te llegue la pasión por el equipo de tus antepasados es algo bello, porque se retransmite ese sentimiento de generación en generación. El problema actual es la politización del deporte. Hay mucha y algunos incluso siguen a un determinado político por sus inclinaciones deportivas.
No se debe materializar a un equipo con una idea política. Sí que es verdad que, con el tiempo, cada club ha ido adquiriendo un rol social determinado, más inclinado para uno u otro lado, dependiendo de sus actos y su historia. Pero que eso no sea un impedimento para practicar un deporte limpio. Que para eso están.
Defender ese derecho está en la mano de todos: desde jugadores a pie de campo hasta público, pasando por los entrenadores, los preparadores, la directiva, los servicios y sobre todo por la prensa. Si queremos una calidad dentro y fuera de la pista de juego, debemos abogar por un respeto hacia la buena praxis y que no haya detractores: como ciertos periodistas demasiado críticos con aquellos que no piensan como él/ella, programas donde solo se repiten momentos pero sin aclaraciones, cuando los espacios deportivos hablan de otras cosas irrelevantes que poco tienen que ver con el deporte en sí mismo...
Hay un nulo beneficio
social en politizar
una práctica deportiva
Con estos ejemplos todos nos hacemos una idea. Si siguen en pie esos pilares que se han convertido en fundamentales de la prensa deportiva será porque a la gente le gusta, les siguen a pies juntillas, pese a que saben que no beneficia a nadie. Porque al fin y al cabo, el deporte nació como un método de educación, respeto y unión. Aunque esto se practique más bien poco.
No debemos perder más el norte, porque estamos muy lejos de lo que en realidad debería ser. Pero tampoco podemos perder ese punto crítico. Está claro que cada uno tira más para un lado que para el otro, al igual que los medios de comunicación, pero que esto no sirva de excusa para demonizar al enemigo o hacer de un equipo un símbolo de rebelión publicitaria.
Representar a sus seguidores, sí; pero de ahí a prodigar con las ideas políticas de determinados partidos y ejercer presión social y política, hay un largo trecho. Hay que saber diferenciar entre lo que entra dentro de nuestros límites, el deber y derecho que tiene cada ejercicio, y más tratándose de un acto público seguido por millones de personas. Y mucho cuidado con solo centrarse en el plano nacional, cosa que hay más de uno en este encrucijada, porque no somos los únicos en mezclar lo político con lo deportivo.
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