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El cinismo de la televisión

Hace tiempo que la gente critica y rechaza lo que se considera como tele basura, pero tanta mala crítica tendría sentido si toda esa franja de espectadores realmente no viera esos programas. Aún así, la televisión sigue dándonos nuevas sorpresas, que hacen cada día más incomprensible nuestro modo de entretenimiento a través de la caja tonta





A pesar de mostrarnos siempre reticentes contra algunos formatos extranjeros que parece que no casan con nuestro modelo de vida, siempre aparecen ciertos programas que se amoldan a la parrilla televisiva. Y, nos guste o no admitirlo, acabamos por engancharnos a ellos pese a no tener realmente ningún sentido material o emocional, que nos ayude a aprender algo nuevo o poder aplicarlo a nuestro día a día. Nadie se salva de estos contenidos. 

Solo tenemos que ver qué es lo que la televisión nos ofrece, porque al fin y al cabo ha dejado de prestarnos atención a los propios espectadores y hacer negocio con nosotros: vemos lo que nos ponen, no lo que queremos o necesitamos ver. Nos hacen tener una dependencia de esos contenidos que, en realidad, no nos da ningún beneficio a cambio. En cambio a las cadenas sí que les hacemos un favor: convertimos en rentables programas que no tendrían apenas audiencia por su contenido ni calidad de no ser por la gran publicidad que preparan. 

Eso ha sido lo más sorprendente de esta últimas dos semanas. Con cinismo me refiero a esa faceta de desvergüenza que -sin poder restar ningún valor al trabajo publicitario que, por otro lado, resulta impecable- han creado para dar lugar a la expectación. Ya sea por entretenimiento o formación, la televisión ha acabado inculcando los valores propios de cada productora o empresa en las casas de los ciudadanos. A veces, tras observar la cantidad de espacios publicitarios que se dedican a dar visibilidad a los contenidos que se emitirán o que ya se están emitiendo, dan ganas de apagar la televisión para siempre. 

El cinismo con el que se publicita la resolución de una causa judicial -en esta ocasión me refiero al Caso Nóos- con el que cronometraban con una cuenta atrás el veredicto final del juez, como si de una bomba se tratara. Aunque, pensándolo bien, era toda una bomba televisiva, donde el foco se centraba en una única noticia durante toda la mañana hasta que se dieran los últimos datos, para después terminar el magacín hablando de la misma noticia una y otra vez. Como un bucle sin fin. 

A pesar de ello, no se le puede restar importancia al hecho. Pero parece que empezamos a perder un poco las formas de cómo contar y hacer llegar al público las verdaderas noticias. Porque entendamos una cosa: cuando no hay datos nuevos lo único que los tertulianos y presentadores pueden hacer es remitir a la información -con la que ya te han bombardeado constantemente durante los últimos días- hasta saciar tus ganas de raciocinio. Por no decir que otras noticias de también importancia y actualidad, que a lo mejor tienen más posición de debate, se dejan de presentar. 

Ahora llega a nuestra televisión un nuevo formato que en España no está del todo explorado. Puede que no a todo el mundo le pase, pero con el denominado true crime se te acaba quedando un mal sabor de boca. Puede que se te quede al ver cómo un asesinato puede llegar a convertirse en un documental -hasta ahí bien-, que los periodistas hacen de investigadores -de acuerdo también- y haciendo participar a la gente -aceptable en su papel como medios- pero de una manera totalmente posicionada. Porque son los propios medios los que nos hacen crear "nuestros propios" valores y prejuicios. 

Con esto que no se entienda que hay que defender a un criminal ya condenado y claramente culpable del hecho en cuestión. Aunque tampoco creo que sea necesario seguir insistiendo una y otra vez en el tema, dando la misma visión de brutalidad y haciendo de los espectadores meros ojos que ven pero no analizan. Porque, a fin de cuentas, estos formatos -anunciados a bombo y platillo, con un despliegue de medios impresionante y una publicidad incitadora- solo buscan seguir hundiendo el dedo en la llaga, alimentando más al monstruo de la ira y la venganza. 

El Caso Asunta está inspirada en una serie documental producida y distribuida por Netflix, Making a murderer. Aunque ya ha habido algunos pequeños precedentes en las televisiones de pago, como en la cadena #0 de Movistar con Muerte en León. Esta vez en Antena 3 quien quiere sumarse a esa corta lista de cadenas -pero extensa a nivel internacional- que busca beneficiarse con el tratamiento de uno de los casos que más revuelo causó en el año 2013. Y no es para menos, ya que la menor gallega había sido asesinada por parte de sus padres adoptivos, además de ser de manera premeditada. 



"Parece que es todo incitar 
antes que informar"


Este género se viste de transgresor y de querer llevar en primer plano el trabajo de investigación de los periodistas, la nueva búsqueda de fuentes primarias y los distintos testimonios de los hechos. Pero tampoco nos equivoquemos, porque no todo lo que la televisión puede contar es verdad, y cabe la posibilidad de que nos esté insuflando el miedo y la desconfianza -la paranoia en algunos casos-, el gusanillo de husmear en la vida y el caso de otros. 

Más que denunciar el contenido en sí, que no tiene por qué ser de mala calidad ni un mal tema seleccionado para darse a conocer, lo que molestan son las formas. Porque no es propio de un medio, que llega a millones de espectadores de manera diaria, sea capaz de dar visibilidad a una serie documental referida a un asesinado como si fuera el nuevo concurso estrella de la cadena: esa música moderna y actual, imágenes poco concisas que te hacen desear saber más, las afirmaciones de los propios inculpados sobre su estado de ánimo... Parece que es todo incitar antes que informar. 

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